En aquellos años, París vivía en su apogeo. Era mediados del siglo XIII y todo parecía confluir hacia un auge cultural y espiritual. Los fieles acudían a oír la vigorosa predicación de los frailes de las órdenes mendicantes, dominicos y franciscanos; los estudiantes de Teología admiraban la doctrina enseñada por Santo Tomás de Aquino; la sociedad civil asistía el despuntar del gran rey Luis IX, ornado no sólo con las insignias regias, sino sobre todo con la corona de la santidad.
La bendición de Dios parecía impregnar los corazones. En la “Ciudad de la Luz”, la naturaleza se armonizaba con la sociedad. Los campos y las montañas en el horizonte eran interrumpidos únicamente por torreones de castillos y fortificaciones. En la Île de la Cité, en el corazón de la villa, dos maravillas de la construcción gótica destacaban: la Sainte Chapelle y la catedral de Notre Dame, centro geográfico y eje de la vida espiritual de París.
Sin embargo, no todos se guiaban por la catedral…