DEL PRIMER PRECEPTO DE LA LEY:
No tendrás dioses extraños frente a Mí. Exod 20, 3.
66. Como ya está dicho, toda la ley de Cristo se encierra en la caridad. Ahora bien, la caridad se encierra en dos preceptos, de los cuales uno es sobre el amor a Dios, y el otro sobre el amor al prójimo. Y de estos dos ya se habló. Mas ahora conviene saber que al dar Dios la ley a Moisés, dio diez preceptos escritos en dos tablas de piedra, de los cuales tres pertenecen al amor de Dios, y siete, escritos sobre la segunda tabla, pertenecen al amor del prójimo. Por lo cual toda la ley se funda en dos preceptos.
NO TENDRÁS DIOSES EXTRAÑOS
67. Pues bien, el primer precepto que pertenece al amor de Dios es éste: “No tendrás dioses extraños”.
Y para comprenderlo es de saberse que los antiguos transgredieron este precepto de múltiples maneras.
En efecto, algunos rendían culto a los demonios. Salmo 95, 5: “Todos los dioses de las naciones eran demonios”. Pues bien, este es el mayor de todos los pecados, y es horrible.
También ahora son muchos los que violan este precepto, a saber, todos los que se entregan a la adivinación y a la hechicería. En efecto, según San Agustín, estas cosas no las pueden hacer sin contraer cierto pacto con el diablo. I Cor 10, 20: “No quiero que pactéis con los demonios”; y de nuevo, I Cor 10, 21: “No podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios”.
68. Otros rendían culto a los cuerpos celestes, creyendo que los astros eran dioses. Sab 13, 2: “Al sol y la luna tomaron por dioses rectores del universo”. Y por eso Moisés prohibió a los judíos levantar los ojos y adorar al sol y a la luna y a las estrellas. Deut 4, I5b, 19: “Tened buen cuidado de vuestras almas, no por casualidad levantéis los ojos al cielo y veáis el sol y la luna y todos los astros del cielo, y engañado por el error los adoréis y les rindáis culto a las cosas que el Señor Dios vuestro creó para el servicio de todas las naciones”. Lo mismo se dice en Deut 5, 8.
Contra este precepto pecan los astrólogos, que dicen que los astros gobiernan a las almas; siendo que, al contrario, fueron hechos para el hombre, cuyo único soberano es Dios.
69. Sin embargo, otros rendían culto a los elementos inferiores. Sab 13, 2: “Sino que al fuego, al viento. .. los tomaron por dioses”. En su error cayeron los hombres que usaron mal de los elementos inferiores, amándolos con exceso. Dice el Apóstol en Efes 5, 5: “Ni el avaro, que es adorador de ídolos”.
70. Otros, errando, rendían culto a hombres, a aves, o a otras criaturas, o a sí mismos. Lo cual ciertamente ocurrió por tres causas:
Primeramente por su carnalidad. Sabiduría 14, 15: “Un padre, presa de acerbo dolor, hace la imagen del hijo que acaba de serle arrebatado, y al que entonces no era más que un hombre muerto le honra ahora como a Dios, y establece entre sus siervos ritos sagrados y sacrificios”.
En segundo lugar por la adulación. En efecto, algunos procuraron honrar en ausencia a los que no podían honrar en su presencia, haciendo imágenes suyas y honrándolas en lugar de ellos. Sabiduría 14, 17: “Hacían la imagen del ausente que querían honrar para rendirle culto como a presente”. Así son cuantos aman y veneran a los hombres más que a Dios. Mt 10, 37: “El que ama a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí”. Salmo 145, 2-3: “No confiéis en los príncipes, ni en los hijos de los hombres, en los cuales no está la salvación”.
En tercer lugar por la presunción. En efecto, por presunción algunos se hicieron llamar dioses, como consta en Judit 3, de Nabucodonosor. Ez 28, 2: “Se ensoberbeció tu corazón, y dijiste: yo soy Dios”. Y así obran los que creen más en su propio sentir que en los preceptos de Dios. En efecto, éstos se rinden culto como a dioses; porque siguiendo las delectaciones de la carne, rinden culto a su cuerpo en lugar de rendírselo a Dios. Dice el Apóstol en Filip 3, 19: “Su dios es el vientre”.
Así es que conviene liberarse de todas estas cosas.
DELANTE DE MI
71. “No tendrás dioses extraños delante de Mí”. Como ya se ha dicho, el primer precepto de la ley es que se nos prohíbe adorar si no es al único Dios. Y a esto somos llevados por cinco razones.
La primera se desprende de la dignidad de Dios, pues si se la suprime se hace injuria a Dios, como puede verse por la costumbre de los hombres. En efecto, a toda dignidad se le debe reverencia. Por lo cual es traidor al rey el que le retira lo que debería ofrecerle. Y esto hacen algunos con Dios. Rom I, 23: “Trocaron la gloria del Dios incorruptible por la semejanza de la imagen del hombre corruptible”. Lo cual desagrada extremadamente a Dios. Isaías 42, 8: “No doy mi gloria a ningún otro, ni mi alabanza a los ídolos”.
72. Y se debe considerar que la dignidad de Dios es tal que lo sabe todo. Por lo cual Dios viene del verbo ver . En efecto, esta es una de las señas de la Divinidad. Isaías 41, 23: “Anunciadnos lo por venir para que sepamos así que sois dioses”. Hebr 4, 13: “Todas las cosas están desnudas y manifiestas a sus ojos”. Pues bien, tal dignidad se la arrebataron los adivinos, contra los cuales dice Isaías, 8, 19: “¿Acaso no consultará el pueblo a su Dios? ¿Se habla a los muertos en favor de los vivos?
73. La segunda razón se desprende de su liberalidad. En efecto, todo lo bueno lo tenemos de Dios. Y también esto pertenece a la dignidad de Dios, que es el hacedor y el dador de todos los bienes. Salmo 103, 28: “Abres tu mano, y sáciense de todo bien”. Y esto se incluye en el nombre de Dios, que viene de distribución,* o sea, dador de las cosas, porque todo lo sacia con su bondad.
Por lo tanto, harto ingrato eres sí lo que por El te ha sido dado no lo reconoces; y aun te fabricas otro Dios, así como los hijos de Israel sacados de Egipto hicieron un ídolo. (Os 2, 5: “Iré tras de mis amadores”). Esto ocurre también cuando alguien pone su esperanza en otro que no sea Dios, o sea, cuando pide auxilio de quien no sea El. Salmo 39, 5: “Bienaventurado el varón cuya esperanza es el nombre del Señor”. Dice el Apóstol en Gal 4, 9-10: “Ahora que habéis conocido a Dios, ¿cómo de nuevo os volvéis a los flacos y pobres elementos…? Observáis los días y los meses, las estaciones y los años”.
74. La tercera razón se desprende de la firmeza de la promesa. En efecto, hemos renunciado al diablo, y prometimos fidelidad a Dios solo; por lo cual no debemos quebrantarla. Hebr 10, 28-29: “Si el que menosprecia la ley de Moisés, sin ninguna misericordia muere sobre la palabra de dos o tres testigos, ¿de cuánto mayor castigo pensáis que será digno el que pisotea al Hijo de Dios y reputa por inmunda la sangre de su testamento, en el cual El fue santificado, e insulta al Espíritu de la Gracia?”. Rom 7, 3: “Viviendo el marido será llamada adúltera si se une a otro hombre”: y la tal debe ser quemada. Así es que ay de los pecadores que andan en la tierra por dos caminos y que cojean de dos lados.
75. La cuarta razón se toma de lo pesado del yugo del diablo. Jer 16, 13: “Serviréis día y noche a dioses extraños, que no os darán reposo”. En efecto, el demonio no se conforma con un solo pecado, sino que más se esfuerza por llevar a otro. “Quien comete pecado, siervo es del pecado”. Juan 8, 34; por lo cual no fácilmente se sale del pecado. San Gregorio dice: “El pecado que no se deshace por la penitencia, en seguida arrastra por su peso a otro pecado”.
Lo contrario ocurre con la soberanía divina, porque sus preceptos no son pesados. Mt I 1, 30: “Pues mi yugo es suave, y mi carga ligera”. En efecto, puede decirse que hace suficiente el que por Dios trabaja tanto cuanto obró para el pecado. Rom 6, 19: “Como pusisteis vuestros miembros al servicio de la impureza y de la iniquidad para la iniquidad, así ahora entregad vuestros miembros al servicio de la justicia para la santidad”. Pero de los esclavos del demonio dice la Sabiduría (5,7): “cansados estamos en los caminos de iniquidad y perdición, y hemos caminado por sendas difíciles”. Y Jer 9, 5: “Penaron para obrar inicuamente”.
76. La quinta razón se toma de la inmensidad del premio o recompensa. En efecto, en ninguna otra ley se prometen tales premios como en la ley de Cristo. En efecto, a los sarracenos se les prometen ríos de leche y miel, a los judíos la tierra de promisión; pero a los cristianos la gloria de los ángeles. Mt 22, 30: “Serán como ángeles de Dios en el cielo”. Considerando esto, San Pedro dice, en Juan 6, 69: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”.