Bogotá (Lunes, 27-12-2010, Gaudium Press) Aún gozando del descanso de los días posteriores a la Navidad, pensamos iniciar a emplear nuestro tiempo en esas cosas que siempre tenemos pendientes, pero que las preocupaciones y ocupaciones de la faenas diarias comúnmente nos impiden realizar. Terminar la lectura de un libro hace bastante empezado, saludar ‘cibernéticamente’ a algún amigo un tanto en el afectuoso olvido, hacer ese arreglo en la casa ya demasiados días postergado…Anticipando pues en espíritu el gaudio del sutil y profundo placer que se experimenta cuando hacemos ello que tenemos ‘en lista’, y sin la presión de obligaciones apremiantes, para darle una “clave” linda al día que iniciaba fuimos a ver uno de los preciosos videos que habitualmente están colgados en el site de los Heraldos del Evangelio (www.arautos.org). Al instante, dos presentaciones atrajeron especialmente nuestra atención: la primera, una interpretación del “Stille Nacht” (Noche de Paz) por el coro del ‘Proyecto Futuro y Vida’ de los Heraldos, y otra, el sublime “Vos reposáis”, interpretado por el Coro del Sector Femenino de los Heraldos de la pintoresca Nova Friburgo, ciudad del estado de Río de Janeiro, en Brasil.
Particularmente fuimos encantados por la inocencia que radiante se refleja en los juveniles rostros de los noveles intérpretes. ¡Cómo es linda la inocencia, como es atrayente el candor! En estos días de la Inocencia -pues Navidad es el período en que brilla especialmente la pulcritud del Niño Dios- muy apropiado es contemplar esos inocentes rostros que con sus líricas voces cantan la alabanza de Aquel que es la Pureza, que un glorioso día se encarnó en el seno inmaculado de una Virgen santa. Ver esas presentaciones la consideramos una verdadera bendición, a la que invitamos cordialmente a nuestros lectores.
Al ver esos rostros en nuestro corazón se renueva la esperanza. Pues sabemos que ellos no provienen de un pasado mítico, bello, y entretanto lejano o cancelado, sino porque esas faces nos hablan de futuro, de una Iglesia que por doquier manifiesta los signos de una renovación enérgica y de un porvenir brillante, sin lugar a dudas glorioso.
Esos rostros llaman a fruir los castos gustos de la inocencia, e invitan a la inocencia. Inocencia, definida por Plinio Corrêa de Oliveira como el estado del alma cuando sale de las manos de Dios; inocencia que no es solo la situación de quien no ha pecado, sino que es sobre todo una fortísima inclinación del espíritu hacia un mundo paradisiaco, perfecto, donde habite con Dios. Un mundo ‘irreal’ pero ya real, pues ya vive en el alma de los inocentes, en previsión de esa realidad magnífica, llamada Cielo, a la que todos estamos llamados a participarEn el Cielo todo es bello, todo es lindo, y hacia él tiende ya desde esta tierra de exilio el alma inocente. Para ella, las bolas del árbol de navidad son pequeñas estrellas de cristal multicolor que preanuncian otras mayores. La gruta del pesebre tiene las líneas del más magnífico palacio, pues aunque pasajera será la morada del Rey de los Reyes, del autor del Palacio Empíreo. Las luces que llenan las ciudades por estos días se encienden también luminosas y variadas en su espíritu, llenándola de alegría, y avisándole de luces aún más fastuosas. Todo lo que ve, para el alma inocente refleja la maravilla deseada y la encamina hacia la maravilla absoluta.
Entretanto, son muchos los que no son inocentes, que aunque en la presencia de figuras cándidas se deleitan y admiran sinceramente, sienten al instante también cuanto el pecado ha marcado distancia entres esas almas puras y sus ya gastados corazones… ¿hay para ellos esperanza? Evidentemente sí, desde el momento en que Jesús dijo que quien no se hiciere como niño no entraría en el Reino de los Cielos (cfr. Mt 18, 3). Dios no manda imposibles y para todos quiere la felicidad eterna.
Para restaurar la inocencia están los sacramentos, particularmente la eucaristía y la confesión frecuente. Para restaurar la inocencia está la gracia, que viene por medio de la oración. Y también, para restaurar la inocencia está la admiración. Sí. Quien admira lo perfecto, el que en la contemplación se enfeuda sin reserva a lo bello, a lo puro, verá que ese “blanco” que le asombra, esa “luz” que le extasía va lentamente penetrando en su alma, la va purificando, y va restaurando en su fuerza primera ese deseo fundamental, el más importante instinto que tiene el hombre, que es el de la unión con la Verdad completa, con la Bondad total, con la Belleza suprema.
“Dónde está tu tesoro, allí está tu corazón”, dice la Escritura (Mt 6, 21). Que nuestro tesoro sea la pulcritud, la candidez, la pureza, la rectitud, la luz moral y poco a poco allí habitará nuestro corazón, hasta no encontrar otra delicia que la de hacer de ese Reino de Luz de la inocencia su morada. Reino inocente, que es prefigura de la Morada celestial, donde hallaremos a Cristo y a la Virgen, quienes, por encima de cualquier otra delicia, serán nuestra recompensa, demasiadamente grande. Por Saul Castiblanco
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