Publicado 2010/07/29
Autor : Marcelo Rezende Costa
Una partida de ajedrez proporciona al hombre un atrayente reposo y le ayuda a desarrollar el raciocinio. Pero puede también llevarnos a considerar la gran batalla de la vida.
En los lejanos parajes del Oriente, envueltos en misterios y grandezas, con palacios que parecen aflorar del mundo de los sueños, nacía uno de los pasatiempos más interesantes: el ajedrez. Había surgido en la India, según consta, antes de la Era cristiana, y atravesó la amplitud de la distancia y del tiempo: de allí pasó a China, Japón, Corea, también a Persia y Arabia, llegando finalmente a Europa, desde donde acabó por difundirse a todos los países de la Tierra.
Los lances de este duelo trabado por dos “ejércitos” de 16 piezas, sobre un tablero de 64 cuadrados negros y blancos, pueden simbolizar plenamente los combates que cualquier cristiano necesita vencer a lo largo de su vida. A bien decir, cada una de las piezas de este juego es como si quisieran transmitirnos alguna enseñanza para nuestro espíritu.
Situados en la primera línea de batalla, los peones avanzan decididos ante las dificultades de la lucha, dispuestos a cualquier sacrificio, sin dejarse intimidar por las amenazas de los adversarios. Nos dan así ejemplo de cómo debe actuar el cristiano delante de las pruebas en este valle de lágrimas.
El movimiento profundo y rectilíneo de las torres simboliza la integridad del alma del hombre honesto, que toma el camino del deber sin desviarse por nada. Estas piezas nos dan también el ejemplo del holocausto: en la jugada denominada enroque, cambian su posición con la del rey para protegerlo de las amenazas del contrincante, ofreciendo para ello, si es necesario, su propia “vida”.
La presencia de los alfiles, representados por obispos mitrados, nos trae a la mente la importancia de la oración, medio seguro para que el hombre atraviese las más duras pruebas sin dejarse manchar por el pecado. Deslizándose disimuladamente en diagonal, estas piezas traspasan ágilmente las filas del adversario, alcanzando su objetivo.
Capaces de saltar en forma de “L”, los caballos evocan el modo de actuar de los misioneros enviados por la Santa Iglesia a todas las partes del mundo. ¡Qué de obstáculos han de superar en su pugna por conquistar almas para Cristo!
La más versátil, elegante y fuerte de las piezas del ajedrez es la dama o reina. Avanza en cualquier sentido hacia todas las posiciones del tablero, sin que ninguna otra la pueda superar en agilidad o poder. Se asemeja así a la Auxiliadora de los Cristianos, siempre dispuesta a socorrer a quien la invoca en los momentos de peligro o necesidad.
Piezas de ajedrez en marfil de origen alemán, italiano y flamenco (siglos XIII a XVI), Metropolitan Museum of Art, Nueva York. |